Miguel Angel Ortiz Bonilla

10 de ago de 20203 min.

De la serie Los que escuchan 2015. From the series Those who listen 2015

Ante un cadáver

¡Y bien! Aquí estás ya..., sobre la plancha
 
donde el gran horizonte de la ciencia
 
la extensión de sus límites ensancha.

Aquí, donde la rígida experiencia
 
viene a dictar las leyes superiores
 
a que está sometida la existencia.

Aquí, donde derrama sus fulgores
 
ese astro a cuya luz desaparece
 
la distinción de esclavos y señores.

Aquí, donde la fábula enmudece
 
y la voz de los hechos se levanta
 
y la superstición se desvanece.

Aquí, donde la ciencia se adelanta
 
a leer la solución de ese problema
 
que solo al anunciarse nos espanta.

Ella, que tiene la razón por lema,
 
y que en tus labios escuchar ansía
 
la augusta voz de la verdad suprema.

Aquí está ya... tras de la lucha impía
 
en que romper al cabo conseguiste
 
la cárcel que al dolor te retenía.

La luz de tus pupilas ya no existe,
 
tu máquina vital descansa inerte
 
y a cumplir con su objeto se resiste.

¡Miseria y nada más!, dirán al verte
 
los que creen que el imperio de la vida
 
acaba donde empieza el de la muerte.

Y suponiendo tu misión cumplida
 
se acercarán a ti, y en su mirada
 
te mandarán la eterna despedida.

¡Pero no!..., tu misión no está acabada,
 
que ni es la nada el punto en que nacemos,
 
ni el punto en que morimos es la nada.

Círculo es la existencia, y mal hacemos
 
cuando al querer medirla le asignamos
 
la cuna y el sepulcro por extremos.

La madre es solo el molde en que tomamos
 
nuestra forma, la forma pasajera
 
con que la ingrata vida atravesamos.

Pero ni es esa forma la primera
 
que nuestro ser reviste, ni tampoco
 
será su última forma cuando muera.

Tú sin aliento ya, dentro de poco
 
volverás a la tierra y a su seno
 
que es de la vida universal el foco.

Y allí, a la vida, en apariencia ajeno,
 
el poder de la lluvia y del verano
 
fecundará de gérmenes tu cieno.

Y al ascender de la raíz al grano,
 
irás del vergel a ser testigo
 
en el laboratorio soberano.

Tal vez para volver cambiado en trigo
 
al triste hogar, donde la triste esposa,
 
sin encontrar un pan sueña contigo.

En tanto que las grietas de tu fosa
 
verán alzarse de su fondo abierto
 
la larva convertida en mariposa,

que en los ensayos de su vuelo incierto
 
irá al lecho infeliz de tus amores
 
a llevarle tus ósculos de muerto.

Y en medio de esos cambios interiores
 
tu cráneo, lleno de una nueva vida,
 
en vez de pensamientos dará flores,

en cuyo cáliz brillará escondida
 
la lágrima tal vez con que tu amada
 
acompañó el adiós de tu partida.

La tumba es el final de la jornada,
 
porque en la tumba es donde queda muerta
 
la llama en nuestro espíritu encerrada.

Pero en esa mansión a cuya puerta
 
se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
 
que de nuevo a la vida nos despierta.

Allí acaban la fuerza y el talento,
 
allí acaban los goces y los males
 
allí acaban la fe y el sentimiento.

Allí acaban los lazos terrenales,
 
y mezclados el sabio y el idiota
 
se hunden en la región de los iguales.

Pero allí donde el ánimo se agota
 
y perece la máquina, allí mismo
 
el ser que muere es otro ser que brota.

El poderoso y fecundante abismo
 
del antiguo organismo se apodera
 
y forma y hace de él otro organismo.

Abandona a la historia justiciera
 
un nombre sin cuidarse, indiferente,
 
de que ese nombre se eternice o muera.

Él recoge la masa únicamente,
 
y cambiando las formas y el objeto
 
se encarga de que viva eternamente.

La tumba sólo guarda un esqueleto
 
mas la vida en su bóveda mortuoria
 
prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria
 
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
 
la materia, inmortal como la gloria,
 
cambia de formas; pero nunca muere.

Manuel Acuña

Públicado en enero de 1873 en el periódico El Demócrata.

Los que escuchan 36.

Pastel sobre papel

43x62cm

2015

Los que escuchan 34.

Pastel sobre papel

48x62cm

2015

Los que escuchan 35.

Pastel sobre papel

48x58cm

2015

Los que escuchan 37.

Pastel sobre papel

30x47cm

2015

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